jueves, 20 de enero de 2011

Un recuerdo del día de mañana, cuando todo se vaya.


Vuelve el escenario, me encuentro otra vez ahí.

Ahora la luz es un poco anaranjada y un piano muy a lo lejos toca unas notas muy al azar... suena a una canción que solía escuchar. El sol del atardecer se filtra por la ventana de un apartamento algo desgastado, me encuentro de rodillas en un piso de madera floja. Un aroma a aserrín, tabaco y flor gran duque cubre la habitación. Suspiro muy lentamente. Siento a través de mis pulmones el ahogo del olvido y la asfixia de la soledad. Y recuerdo que alguna vez fui. Pero ya no más.
Se escucha a lo lejos el sonido del hogar, de un hogar totalmente invisible y que se ha esfumado para siempre. Pero como el ave fénix, volverá a renacer de sus cenizas. Así. Aunque no siendo el mismo que se conoció, aunque las luces ya no sean cálidas y los aromas seductores.
Entonces vuelvo a suspirar y casi suelto una lágrima de nostalgia, pero no dejo que se me escape porque sé que una, conlleva a otra y a otra.
El poco aire que se cuela por la ventana levanta el polvo del suelo y lo hace pasear por la habitación como un muy bienvenido invitado. Y si, puede ser que sea mejor recibido que yo.
La soledad recorre mi espalda y un escalofrío de arrepentimiento cubre todo mi ser. Pero no es una culpa mala, en realidad sé que hice bien. Yo sé... que hice bien.
Las notas del piano se vuelven más y más rápidas para volver a calmarse después de unos segundos y retomar su tono nostálgico, solo y envolvente. No sé de dónde viene, ni me interesa. Le doy gracias al músico que le da un soundtrack a esta clase de momentos en los que el agua entra por un oído y no sale por el otro. Le doy gracias a las bellas y divinas notas que no me dejan sola, ni siquiera en estos momentos.
Una fotografía me mira desde la pared, son varias personas sonriendo, con los ojos tan alegres y jugosos que me dan ganas de tenerlos para mí. No sé por qué rayos pegué esa desagradable foto ahí. O tal vez si sé, porque me causa nostalgia, porque yo estoy ahí. Porque no me di cuenta en qué momento, a qué hora del día, se fueron todos esos bellos momentos. Porque no tuve la fortaleza para hacerlos inmortales, o tal vez porque tuve la suficiente fortaleza para dejarlos atrás y crear nuevas fotografías que pegar en la pared.
El recuerdo duele pero más duele tener que recordarlo.
Y como se me ha dado la oportunidad de vivir los momentos, los viviré, hasta que se conviertan en más recuerdos. Y luego, sean solo polvo arrastrado por el viento que se cuela por la ventana en donde se filtra la luz anaranjada.
Silencio. Busco las notas del piano con mis oídos y me doy cuenta que soy yo quien toca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario