lunes, 21 de febrero de 2011

Wonderwall


Pasa. Te das cuenta de las estupideces que haz estado cometiendo sin percatarte. Y entonces cierras los ojos y no lo puedes evitar, brota una lágrima de arrepentimiento. Un dolor interno de amargura y soledad. De fracaso continuo. Y me repito a mi misma “¿Por qué sigo haciéndolo?“ Vaya, es que el dicho “se aprende de los errores“ no se puede aplicar en este caso y menos para mí. Mucho menos para mí.
Veo al pasado, no tan lejos, no. Tan solo dos o tres meses atrás. Veo una sonrisa y un brillo, veo una mirada de anhelo, veo un momento tan tranquilo, tan perfecto. Los nervios me brotan a flor de piel. Se que se nota a kilómetros de distancia. En ese pasado, veo también un monstruo; un monstruo de cuatro ojos, dos narices, cuatro orejas, dos bocas, dos sonrisas y cuatro pies danzantes. Me veo a mí en el recuerdo y ese sentimiento vuelve, solo que borroso, distorsionado, arrugado por el tiempo y pisoteado por el presente. Ya no puedo más.
Y luego pienso ¿Y si existiera un bote donde tirar recuerdos? Así como esos en donde tiras la lata del refresco, para no volver a tenerla jamás, y se te olvida. Al siguiente día la lata de coca se ha ido de tu mente; se ha quedado en el bote. Quisiera realmente poder tirarlos. Todos.
Sigo en el pasado. Se escucha la canción. La gente que baila alrededor, las demás sonrisas, son ajenas. Yo estoy ahí. Puedo oír la tonada, el solo de la guitarra, la voz desgarradora escapándose por la bocina.
Y después regreso y me veo, sentada, perdida. Recordando. Escuchando. Pensando. Ya no hay manera de volver atrás. No.
Estaba en el jardín, al teléfono. Viendo las estrellas. Escuchando una voz. Lejos de la civilización, la voz a través de la bocina a kilómetros de distancia y, a pesar de todo, se siente como si estuviera conmigo. A un lado.
Libros por doquier, en cada esquina, a donde voltees. Una mirada se cruza con la mía. Veo excitación en ella. Hay mucha gente. Ellos no importan.
El mundo se viene abajo cuando las pisadas cruzan la puerta del lugar, es todo lo que puedo ver ahora. Ya nada más.
La pantalla se extiende ante mí. Siento una mirada a mi izquierda.
Eso es todo.

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