viernes, 4 de mayo de 2012

Let me roll it

Voy en el auto café que compré en una barata cerca de un lugar cuyo nombre ya olvidé. La carretera se alza mentirosa y burlona frente a mí, así como prometedora y atractiva. Toda una embustera. El volante se siente invisible bajo mis manos tal vez de tanto rato sosteniendolo con fuerza, mis dedos solo esperan el momento en el que decida aflojarlos. No esta vez, señores, esta vez tenemos asuntos importantes, les digo. Y en realidad todos sabemos que es mentira, el único asunto importante en estos momentos es el de descansar la mente un rato para aclarar toda la maraña de ideas que abundan mi cabeza. Como esas bolsas enormes atiborradas de canicas que mi hermano compraba en la tiendita y luego las dejaba caer todas escaleras abajo. Me duele el cerebro. Tengo que tirar todo cuando menos al asiento de atrás. Me recorre el alivio como una ola cuando percibo el sol escondiéndose un poco, solo un poco pero eso es más que suficiente para que una pizca de positividad se pose en mi sonrisa. Solo he recorrido dos veces esta carretera: la primera cuando era pequeña y pasé todo el camino viendo las nubes e inventando historias en mi cabeza, la segunda con un muchacho de sonrisa estúpida y bastante atractiva que creyó que sería fácil cruzar el mundo con cincuenta pesos y un bocho del 85. Por ahora las unicas dos cosas buenas en mi vida son que me dedico a un trabajo que no me necesita en la oficina y puedo cumplir la jornada a cualquier hora del día, en cualquier lugar del planeta (Una vez me puse a trabajar sobre la pirámide del sol en teotihuacán) y la otra cosa en mi vida que me motiva a levantarme cada mañana es que el estéreo de esta cafetera no se ha descompuesto aún. Pongo un poco de música, de esa que escuchaba cuando caía la luna y me sentaba en la ventana a escribir cuentos de figuras y sombras. Y no la pongo para obtener recuerdos y regresar al pasado (que es lo único que hago casi todo el tiempo) no, esta vez la pongo porque aún me hace sentir bien. Punto. Mi cabeza no está cansada, mi cuerpo si. Aún puedo pensar en cien mil cosas más, darle diez vueltas a cada una y luego hacer un cálculo antes de dormir. Un cálculo que resolveré mal. Me gustaría poder traer a Lucas, el viejo pastor alemán que no tengo y tal vez nunca tendré, en el asiento de atrás haciéndome compañía en mis impulsivos viajes. Pero son escasos los lugares en donde me dejarían quedarme con un perro de semejante tamaño, aunque obediente y simpático, tira mucho cabello y ronca en ocasiones. La gente dice que soy inestable en cuanto a mis amistades, mis amistades dicen que la gente me afecta demasiado. El arte dice que toda la gente es diferente. Yo digo que la gente debería meterse en sus propios asuntos. La vida termina enseñandonos que todos somos gente al fin y al cabo. Sigo manejando, el cielo ahora está nublado y el viento que entra por la ventana ya no está caliente. Mis ansias han ido disminuyendo poco a poco, mis manos se relajan y es entonces cuando veo una gasolinera aparecer a varios metros, a un lado tenemos una supermercado y un restaurante. Y como si mi cuerpo hubiera posisionado todo ahí para que por fin pudiésemos descansar también aparece un Motel que promete un bajo costo. Dudo un poco pues aún no quiero entorpecer la mente durmiéndome en la cama de un Motel, pienso más cuando manejo. Por un instante que dura un parpadeo me acuerdo de algo curioso; una noche de mayo hace algunos años cuando salía de mi casa para buscar algo en el auto escuché el apasionado sonido de una armonica. Me quedé ahí unos minutos escuchando al músico nocturno que cumplía su promesa de volver cada noche. Y su silbido tan suave como el roce de sus labios de tinta me prometieron un cambio. Sin siquiera haber tomado una decisión estaciono el auto afuera del motel, me bajo y entro al edificio de tres pisos color mandarina en abril. Reservo una habitación, la habitación que verá a mi cuerpo descansar mientras mi mente viaja sin cesar. Cruzo hacia el restaurante y ordeno una hamburguesa con papas, me viene a la mente aquel letrero de mi tan lejana preparatoria que decía “Amburguesas con papas“. Solo estoy ahí un momento, disfrutándo del anochecer de carretera, hasta que Lucas comienza a ladrar desde fuera ordenando un poco de comida.

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