lunes, 2 de enero de 2012

Calle Hidalgo no.15

Él también era pizzero. Vestía de una manera muy parecida, pero el olor era distinto. Papá olía a carbón con harina, mientras que él despedía una escencia a queso derretido con tomate fresco. A lo mejor por eso me fije en él, probablemente su olor fue lo primero que mis sentidos captaron, ya después estudié sus otros rasgos.
Su cara estaba llena de harina, acababa de hacer veinticinco pizzas y se encontraba sentado en la banqueta de la calle Relox. Sacudía sus manos con frecuencia, miraba a la calle y luego al cielo. Parecía esperar algo.
¿Dónde estaba yo? Parada en la esquina entre Relox y Mesones. En mi mente canturreaba la tonada de “Michelle“ mientras lo miraba y luego me reí al darme cuenta de lo ridícula que era aquella escena.
La primera vez que hablamos fue varias horas después de aquello, cuando decidí que lo más barato que podría cenar sería un chocolate caliente en la cafeteria de la calle Hidalgo. Vaya sorpresa que me dió el destino cuando al asomarme en la cocina la mirada de aquella mañana me vió de reojo y pareció reconocer en mi casi disimulada expresión de asombro a aquella mirona de la esquina.
Me senté en la mesa más alejada de la cocina y de las personas, pedí un chocolate amargo y espeso con dos churros, por favor.
La música que me ofrecía aquella pequeña y tierna cafeteria me acogió muy bien desde el principio y entonces vino el mesero a traer el pedido. Fue ahí cuando el aroma llegó por primera vez y sonreí al captar la similitud con los olores que habían llenado mi vida pasada; laurel, tomate, queso, harina, albahaca y un toque de papas al vapor.
Las manos del mensajero pusieron frente a mí una taza de chocolate ardiendo y un plato con churros que parecian recien horneados.
¿Necesita algo más?
Las palabras que cruzaron mis oidos venían con un olor a pasado aún más penetrante, entonces tuve que desviar mi mirada de los churros y elevarla para sonreír y estudiar al portador de tan familiar olor.
No, gracias.
Ya no tenía harina en la cara pero esas expresiones vagas seguían presentes, no, no tenia unos ojos hermosos y penetrantes, si no más bien calmados y fáciles de probar. Y realmente su cabello no me llamó la atención, asi como tampoco su voz sonaba al canto de un ángel. Era, probablemente, el conjunto de tantas imperfecciones lo que hacía que el mesero se robara mi mirada. Tenía un rostro demasiado humano. Demasiado fácil de apreciar. No había ningun tipo de compromiso, de expectativa, de creencia o de prejuicio mientras me miraba con una leve sonrisa llena de educación.
Asiente. Se retira. Me quedo sola.
Vuelvo a la mañana siguiente por un jugo de naranja.

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